Company of Wolves

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Bark at the Moon

jueves, 25 de julio de 2013

Imelda.

Tantas veces pretendí penetrarte de espejos y de pollas...

Recuerdo mis diecisiete años, y tus doce en la cala embarrada,
el Levante de Septiembre había convertido nuestro baño en un orgasmo de olas,
tu pelo de tirabuzones rubios y tu culo de pretensión futura,
cómo te quise en esa tierna adolescencia, cuando yo no era un hombre, cómo te lo dije,
mi Seiscientos matrícula de Alicante se despeñaba por Los Maristas de Cartagena,
a la salida de tu clase, un melenudo mucho mayor te proponía su vida,
su vida de estudiante universitario y de leyendas de letras,
dejó el pendón muy bajo y el castillo desguarnecido, te quería,
o ese creía, sólo a ti, ni tan siquiera a sí,
pero no te atreviste, no.

Fue un  "no" y otro "no" a la espalda dura del bar "Tortuga",
Cartagena miraba con horror mis fracasos de penitente sin hachote,
jugábamos a amantes tarde tras tarde, y yo no sabía sino de tus ojos,
ni siquiera tus senos ni tu culo de membrillo azucarado, ni siquiera tus labios de deseo callado,
nada me diste y todo me ofrecías,
así pasaron los años, y al cabo me fui, en pos de otras carnes más sencillas, de otros
lugares donde me pajeaban acaso y podía hundir mi yugo derrotado en la miel para el asno
y en la entrepierna...
me fui, y sólo yo ignoraba cuánto me querías, sólo yo
me mentí al decirme que mi amor sería para siempre.

La vida nos cobra aquello que nos regalamos, la vida
es una hija de puta que nos devuelve la pelota.
Llegaron mis treinta y muchos divorciados, y con tres versos y cuatro llamadas
habías seguido esperando,
desde Escocia te escribía poemas libres de espera y compromiso, la Royal Mail
siempre compañera, desde Turso te mandé una flauta y desde Inverness una bufanda,
y libre de todo menos de mí, te llamé,
nada había cambiado y hay membranas que se forjan en once mil misas
                                         (puto Dios, qué le hiciste),
pero ya la vecindad de la adultez aderezó el cazón en la Casa del Pescador,
y cayeron tus labios y tu lengua que nadie habían probado
en redes prohibidas que palangres ya decenas habían recogido,
tus tetas de amapola se abrieron por primera vez a unos dedos ya jartos de carnaza,
metí mis manos hasta donde llegaron más allá de tu falda, y no,
lo que se cobra el tiempo no es limpio ni es digno,
tú habías permanecido veinte años entre la doncella y la última comunión,
yo era poco menos que un cerdo entretenido en mis carencias.

Recuerdo una noche, Imelda, recuerdo una noche...
Cabo de Palos hace cuatro años nos recibió al Maestral callado, y cenamos en el Miramar,
te habías rendido, y tu himen iba a ser mi baluarte,
habías enfriado vino blanco, jodido consentido, con esos cubitos de pérdida en el maletero de tu coche,
pero yo ya me había ido hace meses a quien fuera de mayor resultancia,
tú todo lo empeñaste, toallas mullidas para la noche de Mayo y la luna llena,
bajamos a la cala y escogimos armamento,
bragas aéreas y mis últimos botines, veinticinco años después
desnudos contra la realidad de los erizos y los congrios de la noche,
no pude, Imelda, no pude,
unos milímetros de ser que sólo por Dios habías guardado,
qué jodido cabrón haría de Satanás en esta berbena,
yo dejé de quererte, Imelda, dejé de hacerlo, en algún momento
esas las décadas faltaron a la promesa que hice y que tanto repetí,
y quién soy yo para quitarle a Yhavé la llave vaginal de la ternura,
de la pureza,
de la estúpida entrega del yo y del todo,
acuérdate, Imelda, no pude contra ti, soy una mierda pero aún calzo lágrimas,
tú dándote al martirio de quien ya se abrasaba, yo a lenguetazos recorriendo tus limbos,
allí te dejé con el cubo del Albariño y esos fluidos que tanto auguraban,
pecar es posible cuando la siembra nos place, pecar es pecado cuando hay un nombre y hace daño,
lo que guardaste tantos domingos de veintenas no seré yo quién me lo lleve,
lo que los treinta y tantos vieron galopar no quise para mis caballerizas de rocines muertos,
yo dejé de quererte, Imelda, y no me merecías,
falso capitán de tus veleros de mascarones negros,
mi último acto de honor fue reconocerte entre las olas,
diosa de agua que aún amaba, hombre que mercadeó sus tridentes
en débiles corales de otros coños volanderos y otros gemidos que al final callaron,
corrí escalinata arriba, corrí cala arriba a la plaza de nunca jamás,
perseguido por mí mismo, sin otra ropa ni excusa que ofrecer
que el tremendo odio que dejé a la orilla de aquel mar, de ese nuestro mar que siempre mentará
mis últimas mentiras y mis postreras faltas.

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