Company of Wolves

Company of Wolves
Bark at the Moon

domingo, 14 de mayo de 2017

Mamen.

Este pasado viernes, a la tardía tarde,
a la escucha atenta de los prisioneros de las cuadras,
al sollozo tras tu verbo de caballos y de yeguas,
te arrastraste como la más dulce de las sierpes a lo largo de un poema
de muchos (y nunca
suficientes)
minutos.
Qué hermosura la de tu cadencia en el dolor,
la de tu voz quebrada y requebrada en la descripción del amor,
del tiempo,
de la debilidad y del otoño que a todos ya nos puebla y que sabe
a esa lluvia amarga de los temporales de antaño al llegar el honrado Levantazo,
indeseable,
de todo septiembre.

Nos hablaste del querer querer y de cómo habíais querido
quereros, y del silencio
al vociferante cambio del paisaje y a los alaridos del caucho en el asfalto,
y tus ojos, yertos de lágrimas, de ese llorar contuso, contenido,
definitivo,
fueron la alabarda que acabó de herir nuestra verdad con la verdad que es
la única ciertamente
verdadera, poco después de que un melenudo
mintiera con sus horrible tacos y sus palabras soeces
ante nuestro escenario, el mismo que, desprevenido, deglutió
su esmegma
y tu flor.

Sé bien
que eres más de Vivaldi, pero te prevengo, mi querida amiga, de que las estaciones
son las cuatro hijas preferidas de Satán, y cuando nos contaste
que en la guantera yacía largo ha un disco de "The Bleatles"
pensé en ese al que tanto amas y me dije que él desearía que sólo alguien
como nosotros,
nos, los hijos de los malditos, de todos los malditos de este maldito mundo,
le hiciera escuchar a "Iron Maiden" y a su falsa balada
desgarrada a él, a mí, a ti, a todos, a tantos como somos
los "Children of the Damned".



No es necesario que me contestes.
Cuando alguien demuestra ser humano, alguien te enseña que Schrödinger
mintió, que sólo hay un universo y esa infinitud
nos pertenece.
Se trataba de querer querer.
Se trata, aún, de querer seguir queriendo, y una voz de mujer
serena y devastada
es la demostración de la existencia de Dios y de que Diógenes siempre tuvo
un ego más que excesivo.
Sigue, pues, ahí.
Tras el atril, junto a la barra o al otro lado de una inmensa
página.
Lo único incontable, hermana, es el número de los que
(como yo)
no podríamos seguir adelante
sin ti.