Company of Wolves

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Bark at the Moon

domingo, 9 de agosto de 2015

La Gruta.

El tiempo del relevo quizás ha llegado.
Mis pies indecisos en la roca son guiados por mi hijo.
En La Gruta de Cala Reona hay un salto de doce metros,
yo fui joven, yo nadé estas aguas, y hoy he vuelto,
y entre los amigos de mi Isi
luchaba el Levante un extraño que les ha visto crecer.
No es preciso insistir como si nada hubiera ocurrido.
Ha acontecido algo tan sórdido como el vivir,
como el tirarse en los váteres de los bares heavy
cerrando los ojos como si algo de todo esto tuviera sentido,
como el huir de los lazos como normas que apretaban y siguen ahogando,
como los elencos de títulos y logros que llenarán los obituarios,
como el destierro de esos dos anillos fechados en diciembre.

Mi hijo salta primero para mostrarme el camino, y me dice
"has de caer en este punto para no chocar contra los secos",
sus amigos que me miran y no lo creen, este viejo
gordo, falto de la cordura de sus padres,
va a saltar, y salta, y tiene miedo, y el viento serpentea
su melena, y como siempre últimamente le duele,
duele al caer el que no goza de la elegancia de los músculos
elásticos, de la belleza del salitre contra la piel de agosto,
sí, como siempre últimamente duele,
y quizás llegó el momento de colgar la toalla y resumirse en aguas mansas,
el instante en que se debe de aceptar que otros mejores han llegado
a los riscos, que los chicos de las litronas junto al mar son los dueños del tiempo
que ya no es nuestro, que sólo la sangre
otorga el derecho a nominar los acantilados, y tú ya sólo sangras
cuando tus ojos miopes guían a tus brazos torpes, cuando las tres olas
de Levante te estrellan contra el rocaje
que sirve de escalera a la subida a los cerros que pronto
morarán en el silencio,
y tus rodillas y tus pies aguantan la corriente a costa de rasgarse contra la piedra,
y a fin de cuentas eres un triste recuerdo de ti mismo.

O bien me queda insistir en que nada de esto ha ocurrido,
o en que quizás precisamente lo sucedido es lo realmente hermoso,
que yo sigo allí, treinta años después,
que es más el que salta que el que mira.
O bien dejar que sean mis cojones los que digan cuándo basta.
O bien bajar mañana a las hélices del Naranjito
y que cuarenta y cinco metros de mar sobre mí me definan
a fin de cuentas
como un ser irrelevante, el imbécil que presume
como el último estúpido heavy que pasea por La Barra,
como el envejecido amontillado que sabe como el escupitajo de Dios,
ya sin poemas,
ya sin otro título que el que trajeron las derrotas
que se cuentan por nombres, borracheras y ajadas
camisetas negras.

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