La vida me ha dado quince minutos,
unos minutos fuera del tiempo ordinario del reloj y el hombre,
un respiro fugaz de sentencias y deberes parentales,
quince minutos para observar y, acaso, a lo peor, ver.
Quince minutos son todo lo que tengo,
guitarras afiladas como poteras que muerdo, minutos de agonía al pensar,
al parar y respirar, de pronto rodeado, documentos,
propágulos que precisan dinero y ropas y, a lo peor de nuevo, amor,
directrices que he seguido en protocolos que he firmado, quince minutos,
y qué hacer, dime, jodido Dios, qué hacer,
dame parches obligados, dame creencias profundas,
que yo crea que cuando me levanto es porque siempre lo voy a conseguir,
que yo sienta que al obrar creo, mejoro, produzco la risa y la calma ventisca,
qué hacer, quince minutos, antes de coger el puto coche y lanzarme al mundo,
aprisa,
con los Dog's D'Amour invitándome a otra no-noche de no-copas y no-coños,
con el terror de fallar a tantos que se me ha agotado el cántaro,
mi cántaro,
antes de beber de sus ciénagas o
de sus aguas...
Sí, quince minutos inmundos, la vida llama al teléfono y dice que me retrase quince minutos,
y yo de veras quiero mandarla a tomar por culo.
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