Tu mente ha vuelto a jugar sucio, tu lógica
se apaga, tu sed
se cobra en ti otra pieza.
Dime por qué has de examinarte cada día.
Quién fue el censor que aprobó estas mortecinas leyes.
Hoy ni sol ni el vino, ni la magia y la mujer, y en contra tú,
apóstata, sin otro rumbo
que el afirmarte en esa senda con nombre de gran final,
en ese camino de huesos vacíos y calaveras dignatarias.
Las ruinas íberas no ocultan que el tiempo es muy corto,
pero a quién le importan los dardos que se clavan en la espalda,
sin embargo, te empeñas en volver a odiarte, con ese lustre
que tienen todos los venenos,
antes de que alguien vaya a pensar que eres acaso un ser humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario