Company of Wolves

Company of Wolves
Bark at the Moon

jueves, 29 de enero de 2015

Perdedor.

Tantas veces estamos solos ante la tarde,
delante de otra ocasión perdida para afirmar que estamos vivos,
las infértiles horas de trabajo, los deberes siempre por cumplir,
pasan las semanas, vencen los meses, ojos cerrados,
el cayado cansado, la ausencia de sonrisa.

Cómo quisiera poblarme de mar fuera de los presuntos festivos,
cuándo la otra mejilla al orgullo desquiciado, al trascurrir
eritematoso
de la probidad, de la saciedad de las expectativas, del deseo agotado,
cuándo me atreveré a decir que no, a separarme del veril,
qué ganamos mintiendo en los currículos que nos vendemos,
cuándo será suficiente con el yo, cuál el bálsamo para la derrota,
quién hará la loa al que cayó, dónde la carta de perdón
para el perdedor.

sábado, 17 de enero de 2015

MOROS.


MOROS

No sé cuál es la verdad.
Sí sé que toda muerte es nuestro último fracaso.
Sé que ningún dios puede querer el dolor y la sangre....
Sí sé que aquí hemos venido a algo más que producir,
y sé bien que somos unos tremendos ignorantes.

Hay gentes poderosas que se esconden tras los gobiernos,
hay cuarenta y tres estudiantes desaparecidos en Méjico,
los que mandan no son los que vemos, sólo la mar
arroja su evidencia de vendavales y permanencias,
sólo el mañana incierto es nuestra herencia,
seguimos baldeando sus pasillos de palacio, nos engañan,
nos mienten,
nos entretienen con los noticiarios, nos indican el camino
del jodido éxito,
nos han señalado al enemigo,
sí, he oído que hoy los peligrosos son los moros,
sí, como ayer los indeseables eran esos ácratas,
esos que no veneraban nuestra inmejorable democracia,
esos que ponían en peligro a los filántropos que cuidan del mercado,
y hemos de protegernos de aquel al que hemos creado,
tenemos opinión y cierta mierda saliendo por las bocas,
rotativos que se empeñan en insistir en sus doctrinas,
calmos atardeceres protegidos por las series televisivas.

La muerte de nadie no está entre nuestros derechos.
No me gusta el verbo "abatir", el infinitivo negro del "eliminar".
Sí, tengo miedo, Sócrates no es consuelo,
el no saber nada simplemente es eso,
la raíz fértil del odio,
el horror de Kurtz al cerrar los ojos,
el último nudo de la maroma que hemos tejido
con nuestro cómplice silencio.

lunes, 5 de enero de 2015

Legones.

Legones.
Cada día estos legones acaban en mis manos.
Cada día dibujo surcos de salida de esta trampa.
Me digo que veré el final de los caminos del agua.

Algo ha ocurrido de un tiempo a esta parte.
Cavar y cavar, dedos macilentos, las raíces podridas, la celada
tendida de los pecados evidentes.
Los tiempos procesales, los destinos cruzados,
las públicas firmas aviejadas, las mediciones de obras del ángel caído,
lo imposible,
lo que quizás ha sido inevitable.

En mis manos sólo legones.
Códices de urbanismo, las tierras que surcan los cauces
innúmeros, llagados,
de las almas egresadas del dominio público hidráulico.
Como cada mañana, ahondar, horadar, penetrar.
Lejos siempre de la última verdad, aislado, capazos y capazos
de evidencias que sólo apuntan a mí.

domingo, 4 de enero de 2015

Sonreír.

Esta mañana,
mientras salía del garaje con mis hijos,
unas pocas palabras me han puesto en mi lugar,
en mi repentina residencia en el barro, como sólo lo real te puede hacer,
mis hijos me han dicho "Teri, tú ya no sonríes".

Llevan razón.
Hubo un tiempo en que su padre era al gran pituoso de las islas,
el que creía que las guerras las ganaban los guerreros,
pero hoy se me ha caído, en una frase, el último baluarte de Eivissa,
a Guillermo de Montgrí le han vaciado esas chicas de lenguas de esperma,
Ses Salines hoy tuerce sus miembros como duelen sus sabinas,
pienso en ello y mis hijos me han dicho lo que sienten,
Teri (nunca me dijeron "papá" ni me llamaron por mi nombre)
ya no sonríe, un hombre en medio de la calle
esperaba que su perro acabara de mear y me indicaba que aguardara,
y el hombre sonreía, y yo a mi volante no, y yo ya no lo hago,
nada ganan mis hijos confesándome su verdad,
labios de rictus y ojos de Lebeche, de Lebeche helado,
les digo que es mentira pero se vuelven contra mí,
"Teri, ya nunca sonríes", y temo que sea tan cierto
como que no encuentro el Norte para este pecio ensoñiscado.

Qué ha pasado es tanto como ignoro,
sé que los años han hecho presa en mi alma extraviada,
que la trinchera del delito tiene alambradas donde mueren sus soldados,
mas el jueves, en el cine, espectros contra brujas luchaban estúpidamente
cuando el espectro confesó la última regla de este juego,
"si te enfrentas a lo obscuro, se te mete dentro",
y todo esto es la verdad,
y yo ya no puedo más,
y cada día salgo de una cama donde señorean unos demonios que llevan mi marca,
y cada día me ilusiono con seguir adelante,
con que el trabajo, la compra, la ansiada justicia, la poesía
van a tener una némesis, que esta maldita entropía
va a dejar algún motivo, va a rendir alguna plaza, algún mensaje
que me alivie la pronta noche que dura tanto y tanto y tanto,
pero estos propósitos son lava negra, son alcorques para mis árboles secos,
y si he perdido la sonrisa para qué servirá tanto esfuerzo,
si rebato mis anteriores dogmas quién va a ser el dueño de tantos púlpitos caídos,
de qué vale un hombre que no sonríe a sus hijos, de qué vale un poetastro
que no se rinde al hostión del blancor en las calmas de enero,
y mis hijos dicen "para qué te has puesto esa paleta postiza si ya no te ríes",
y desde aquí abajo sólo se puede entornar los ojos y sentirse desnudo,
si ya no existe la ilusión de la palabra, los poetas me dejaron en mi sitio,
si se ha acabado la esperanza en las probas sentencias y en los retributivos autos,
si la fe se ha tornado en salmuera en los esteros de las viejas salinas,
y no murieron mis abuelos para que esta mierda seca no sea digna de ellos.

Hijos, recordadme quién fui.
No sé aún cómo.
No se me antoja cuándo.
Pero algún mojón de estos puede ser el kilómetro cero.
No voy a rendir mi mirar a las lágrimas.
La cara al viento, la espalda al clamar de las guitarras,
las uñas que aún me sostengan en el acantilado,
la risa como la del payaso, sonreír aunque escueza,
perder las últimas playas sólo si ya no queda sangre
que luche su color contra los galipotes del puto azar.