Company of Wolves

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Bark at the Moon

jueves, 31 de mayo de 2012

Cuaderno de Viajes.


Esta noche me pides que te hable de un viaje, 
de la procesión de pies de muertos que (no me mientas) bien sabes que no lleva a ninguna parte,
queréis que os diga que en el mudar estará nuestra respuesta, la simetría de los instrumentos afinados,
el saber que ocupe todo nuestro lugar,
y así, zarpazos y fronteras contra hímenes, huiremos, aviones tercos, seco betún de las botas del peregrino,
barcos llenos de ataúdes sin remite,
y no, desde luego que no, no pienso ya que un viaje sirva sino para extender el ámbar negro
de la desolación...

Hoy prefiero la envoltura fácil, la cáscara, el caparazón de mi mutismo lleno de escamas,
la tana aterrada de los últimos pulpos del invierno,
la continencia de las mismas paredes y los únicos deseos, de los lazos que he comprado con tantas estaciones 
                                                                    de ilusiones
                                                                                        defloradas,
pues recorriendo tierras he visto que somos hermanos, sí, bastardos de una misma madre,
repentinos soñadores de la rabia y el ego, negros, blancos, hienas a la postre,
esforzados lameculos que no conocen otras lenguas que las que se llenan de mierda,
y aquí y allá, cambiamos las banderas y nos follamos al amor del nuevo vecino en cada sucio motel,
o sodomizamos a sus hijas con esa mente que las saluda a la mañana mientras las penetra al sueño,
y queréis que viaje, que cree otro monstruo en otro lugar, que mis espetones
se vuelvan a adueñar del sufrimiento de otros incautos habitantes de mis seres...

Aún recuerdo Albany, mas lo único albo del Mayflower de los no-muertos era la lefa en la cara de sus adolescentes,
fiestas del alcohol prohibido y la carne regalada mientras mañana las misas puritanas se llenaban de labios carminados,
y no he olvidado mis veranos en Escocia, las Highlands donde mostré al Royal Mail cúan escoria es mi palabra de amante,
la cartera descarriaba cada día dos sobres con los mismos versos a musas bien distintas,
John O'Groats era el cabo del miedo a la decencia, y el whisky de malta no era consuelo para mis idiomas indebidos,
Creta me demostró que los minotauros son cándidas balizas contra la tempestad del matrimonio errado, y en Venecia
le conté a un gondolero que el único aniversario que me empalmaba era el del mortuorio de la Isla de San Miiguel,
y cuento en vano, a todos los lugares me llevé a mí mismo, en Montreal mis olimpiadas del frío
se estrellaron con los labios mayores de esa rubia que me quería (o eso decía),
en Yugoslavia pasamos veintidós horas entre las orines rebosantes de ese puto tren mientras nuestro compartimento
era el terreno de juego de ese cerdo revisor y sus licuosas lolitas de Zagreb,
y mientras escuchaba los lamentos de siglos pasados de los miles de asesinados en la Oreja de Dionisio eran mi única atención las tetas
                                                                  c                               s
                                                                     i                         e
                                                                       m                  t
                                                                          b             n
                                                                             r       a
                                                                                 e 
de aquella elfa guarra de Siracusa con la que cené mentiras y Cialis a la luz del vino de la Isla de Ortigia,                                                                                
y he acabado viajando hacia abajo, de profundis, allá, a los metros cuarenta y nueve del Sirio muerto en la Isla Hormiga,
mi último más hermoso y sucesivo singlar, allá donde al menos no podemos ser siquiera humanos,
no puedo hablar ni escupir tanto robín ni salirme del neopreno que por fin me contiene, ni darle por culo a los meros
ni a las corvinas,
y respiro aire de azul casi negro y por fin no puedo hacer daño a madie...

No veo, pues, que estas cuadernas sigan teniendo una legítima derrota, in veritas,
no creo que saliendo de mí encuentre menos hiel podrida que dentro de mi sarta de falacias,
prefiero descubrir hacia dentro, hacia la sima mariana de mi inseguridad,
de mi dolor tras conocer y seguir sabiendo,
y esperar acaso, desear bajo el óxido de los pecios de la muerte
la mano de Mitra que rescate mis huesos del fondo del asco que me siento,
la casualidad que me abra una roncha en su carne, un lienzo para volver a clavar
nuestras siempre alertas
dagas.

(Y sí, te curaré, te mimaré tras ello).

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