Company of Wolves

Company of Wolves
Bark at the Moon

miércoles, 24 de noviembre de 2010

De las cosas que duelen hoy he dado cuenta de todas. Me duele la distancia, y he sido el que va más allá de las colinas y el que se esconde tras las últimas simas, el testaferro de las puñetas y el último vocal de lo que algunos han nombrado la injusticia. Me afrenta el sinsabor, y sólo he definido mi sentido del gusto ante esas lágrimas de hombre, tan escogidas como provocadas por mi daga oral, que me han vertido esta mañana. Abomino el castigo, y he sancionado, por doquiera, censurado, pesado en mis balanzas, rebanado del pasado lo más amargo y lo que (todos) embalsamamos en nuestros recuerdos.
Y en todo ello no me reconozco: no me gusta lo que soy, muchos son ya los días que no me veo en estas pieles. Yo quiero querer, y la yel que vierto es tan verde como la muerte de la misma esperanza. Yo quiero vivir, y suelo ser la guadaña de tantos que pasan por mis páramos. Para ser justo, hay que empezar con uno mismo. Y de mi íntimo compañero sólo tengo aprecio de sus decapitados huevos.
Todo quizás para nada, para la galería, para los grandes nombres, para el don y la leyenda... dedicación exclusiva, mareas de mierda que consumen los años y engañan a los duendes de lo único que es cierto y es el postrero apresto: el calendario.
Adiós, Andrés, adiós.

3 comentarios:

  1. Es un esfuerzo diario, luchar por ser y hacer lo que uno realmente quiere, y a veces intentar evitar ser tan poco indulgente con uno mismo. Todo por una pasión, o por una vocación, o por otro ser humano. Y está bien.

    ResponderEliminar
  2. Ya sabes, somos una eminencia de poder o de ignorancia, de guijarro y de pavor, un manojo de emociones dispares ordenadas o de realismo crudo desordenado. Y lo peor, lo gracioso, lo estándar, e incluso lo apabullante, es que no acabamos, ni damos tregua al reposo, ni fallece esta tendencia humana que no interrumpe.

    Generación tras generación, limitados por una edad que no perdona, por el pasar del tiempo, y por la capacidad innata que tenemos de mirar atrás y ver cuánto nos equivocamos. Tanta filosofía por aprender, tanta matemática, tanto vocabulario que no llegará a nuestros libros, tantos besos que se tragó el tiempo sin llegar a la mejilla, tanta encrucijada de caminos; algunos mal escogidos, otros declinados, otros engañosos. Tanto por amar, tanto por olvidar, tanto por decir y tanto por callar.
    Adquirir conciencia es aprender cuán de solos estamos, o lo que es lo mismo, lo difícil que es sentirse pleno, y haber hecho en cada momento, lo que hay que hacer. Siempre, siempre, estoy segura, tenemos un camino reservado que nos habría hecho dichosos, pero ese no nos lo regala esta vida y sólo cuando has emprendido otro que será definitivo e irrenunciable, te das cuenta. Neruda, con su amor dividido en dos mujeres, se preguntaba por qué narices no habríamos de tener dos vidas; una para hacer lo correcto, y en la otra, lo que nos da la gana. Ya lo decía otro poeta: “déjame en paz, memoria; no me cuentes mi vida”…

    Bienvenido, Andrés, el de antes o el nuevo. El consciente.

    ResponderEliminar
  3. Antonia, loa a los desmemoriados. A los que cada día cogen el ascensor olvidando que mataron al sereno de la planta quince, a los que cada noche se vuelven sabanosos sin importarles lo que dejaron pasar y consiguieron violar, sajar, macerar en manos de mago negro.

    Mas de esos no estamos hechos, temo, ni tú ni yo. Si no hacemos lo correcto, Némesis viene con su jugo a hacernos libar esas agrias conclusiones líquidas. Si perdonamos a los demás, no somos capaces de misericordiarnos con nosotros mismos. Si una de tus Nereidas deja un erizo de largas púas en el camino náutico de otro (y si es en el tuyo, así yo lo haré), lo pisaremos y aullaremos cuánto debíamos haber querido, deseado, entregado, antes de que lo pisare la quilla desprevenida del anterior viajero. Limitados, sí, gracias a Crom. Este viaje en el tiempo nos acabaría matando, no de viejos, sino de sabios.

    Sea por eso que no sé hablar, por días, más que de dolor. Pues es lo que busco para que otros sigan untando de mieles las arenas tibias de otras costas. Y sea ese dolor, comentarista, aquello que tú, con tus dedos de iris que se ríen y tus voces de pieles que se pliegan, calmas aún cuando Dionisio ruge en su canto más alto.

    ResponderEliminar