Company of Wolves

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Bark at the Moon

domingo, 8 de agosto de 2010

La superabundancia del terror.

Contemplar día tras día, viernes a viernes, las carteleras de nuestros cines no puede sino llevarme a una conclusión: seguimos en el Pleistoceno. Tenemos miedo, pánico, pavor, a pensar, a indagar en nosotros mismos, a tener que sentir aquello que resulte de nuestro pensamiento, a observar en vez de ver, a escuchar en puesto de oír, a ser, en definitiva, en vez de estar.


Sí, la muerte, el final, la fauna cadavérica, todo eso que huele al azufre de los levantamientos de cadáver y la descomposición sigue teniendo un éxito arrollador en nuestros cines, porque de ese modo trivializamos, personajillos de alambre hasta que ceda, el horror que aquélla primera nos produce ("The Horror, The Horror", del "Heart of Darkness" de nuestro Conrad). Hemos pasado del gurú, del brujo de la tribu cavernaria, pintando con colores de tierra amuletos para recoger nuestro espíritu a su partida, invocando dioses y naturalezas para tapar el profundo dolor de la ausencia del que se fue (y nadie conozco que haya vuelto) y el tremendo terror de sabernos en lista de espera a la nada, por el/la uniformado/a señor/a que nos da la entrada para el mundo del más allá, para asirnos a ese clavo ardiendo de hora y media y salir reconfortados de que el existir, como el amor, es para siempre. Y dijo Bunbury que "para siempre/ me parece mucho tiempo".

Por eso, morralla tras morralla en los cines. Género de terror para adolescentes, para maduros sin complejos, para apasionados del mismo (como yo) que lo ingerimos con espanto hasta hallar una perla de por medio que trata el tema con respeto, profesionalidad y ninguna alegría, en fin, circo y vino para todos. Mas en el país de los excrementos, propios y foráneos, hay algunas perlas negras (véase, nuestro Balagueró)... de ello quizás hablaré otro día, superado este primer "tema" de este progresivo blog.

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